Aún
éramos jóvenes e ingenuas cuando conocí a Ordenada. Una amiga que ya no es
amiga nos presentó (esta ha sido su mayor aportación al mundo: presentarnos).
Sentadas
en la típica terraza del típico bar para universitarios (esto quiere decir:
sillas de propaganda de refresco, más mierda en la mesa que en el suelo y vasos
de plástico para tomar la consumición), la ex amiga, ella, otras dos (que no
vienen a cuento) y yo, pasábamos el rato riéndonos sobre qué haríamos en el futuro
si nuestras carreras no daban los frutos deseados.
¡Ah,
el 2008! Aún no sabíamos que había estallado la famosa crisis… Nos burlábamos
del mundo pensando salidas profesionales ridículas porque nos creíamos
triunfadoras…
-Pues
si no encontramos curro-dijo Ordenada-podemos montar un grupo musical. Somos
seis y estamos buenas.
-¡Sí!
¡Qué bueno!-respondimos las cinco restantes-. ¿Y cómo nos llamaríamos?
-¡Lujuria!...
No… ¡Pereza!...No… ¡Mierda! Los mejores nombres ya están cogidos…-saltó
Ordenada.
Y
aquel fue el comienzo de una bella amistad.
Ordenada
es una tía brutal. Menos trabajo, tiene de todo y, en los tiempos que corren,
eso es mucho decir.
Ella
es la simpática, la alegre, la optimista. La que en su ciudad natal tarda 45
minutos en salir de un bar porque todo el mundo se para a saludarla y la que,
cuando sale al extranjero, se tiene que parar a saludar porque se encuentra
conocidos en el metro…
Pero
también es la chunga. Yo la he visto (sí, señores) acocotar contra la pared a
un tío dos cabezas más grande que ella. Y también la he visto crear un espacio
vacío a su alrededor bailando en un concierto de punkys… Tíos con cresta se
alejaban para no molestarla. Y el caso es que tiene una sonrisa de lo más dulce
y entrañable.
Supongo
que es todo eso, junto con su risa contagiosa, lo que la hace inigualable.
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