miércoles, 21 de mayo de 2014

Somos pobres, pero no gilipollas



Últimamente, fomentado por “alguien” (llamadlo como queráis: Gran Hermano, mano que mece la cuna, Gobiernos, aristócratas y élites… o todos ellos a la vez), se está poniendo de moda la “exaltación de la pobreza”.

¡Viva ser pobre y no tener donde caerse muerto!

Ser pobre no es ni una deshonra ni un orgullo, es una circunstancia: no tienes dinero, eres pobre. Punto.

A través de todo tipo de mensajes están tratando de meternos en la cabeza que ser pobres está bien porque son los pobres quienes tienen principios y valores.

Si a ti te parece mal que se despida a 1.000 trabajadores para aumentar los beneficios de una empresa, jamás llegarás a dirigirla. Pero al menos tienes sentimientos, y eso es lo que cuenta. Eres pobre, sí, pero eso significa que eres buena persona.

Patrañas, patrañas, patrañas. Se puede ser feliz con poco, pero se puede ser feliz con mucho. Si las personas que tienen mucho de todo no fuesen felices, renunciarían a sus bienes materiales para alegrarse la vida, ¿no?

¿De verdad que bañarse en las aguas cristalinas de las playas más paradisíacas del mundo, y cenar marisco y beber buen vino no da la felicidad? Entonces, ¿por qué los ricos lo hacen?

Si alguien es buena persona, lo es con dinero y sin él. Otra cosa es que, con el tiempo, el rico se vaya volviendo cada vez más rancio y rastrero por miedo a perder lo que tiene, o que se vea consumido por el ansia de conseguir más.

Esas chorradas de “vale más una sonrisa que el dinero”, en el mundo en que vivimos, riñen con la lógica. Duelen al oído. Tú sales a la calle y sonríes mientras caminas, y la gente se piensa que te falta un tornillo. Tú vas a comprar el pan y, en vez de sesenta céntimos, le entregas al dependiente una sonrisa y te parte la barra en la cabeza, por gracioso, para que vayas a reírte de tu abuela.

Dinero y sonrisas no son equiparables. Dinero y felicidad, tampoco. Porque yo soy muy feliz cuando me abraza mi hermano, pero también lo soy cuando veo que me ha entrado la nómina en la cuenta corriente.

Esta campaña insidiosa que quiere convencernos de que “no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita” se está pasando de castaño oscuro.

No se necesita un yate para ser feliz, pero seguro que navegar en uno por la Costa Azul te alegra las vacaciones.

Ser pobre no implica amargarse por serlo, pero tampoco creerse que se posee una condición moral superior que exime a las personas de luchar por tener una vida más fácil, más sana, más enriquecedora y más divertida.

¿Eres pobre? Procura ser feliz, sí, pero no dejes de luchar para tratar de dejar de serlo.

Porque seguro que quitándote de preocupaciones como poder pagar o no el alquiler, la letra del coche, la factura de la luz y agua, los libros de los niños… Y ganándote unas vacaciones en Cancún lo serías aún mucho más.

Quieren que nos lo creamos para que dejemos de quejarnos: “No tengo dinero, pero tengo salud”, para que dejemos de aspirar a cosas mejores: “No puedo ir al cine, pero al menos puedo ver la televisión”, para que estemos agradecidos de la miseria en que nos hacen vivir: “No puedo permitirme comprar solomillo, pero un plato de lentejas nunca faltará en la mesa”.

Somos pobres, pero no gilipollas.