Últimamente,
fomentado por “alguien” (llamadlo como queráis: Gran Hermano, mano que mece la
cuna, Gobiernos, aristócratas y élites… o todos ellos a la vez), se está
poniendo de moda la “exaltación de la pobreza”.
¡Viva ser
pobre y no tener donde caerse muerto!
Ser pobre no
es ni una deshonra ni un orgullo, es una circunstancia: no tienes dinero, eres
pobre. Punto.
A través de
todo tipo de mensajes están tratando de meternos en la cabeza que ser pobres
está bien porque son los pobres quienes tienen principios y valores.
Si a ti te
parece mal que se despida a 1.000 trabajadores para aumentar los beneficios de
una empresa, jamás llegarás a dirigirla. Pero al menos tienes sentimientos, y
eso es lo que cuenta. Eres pobre, sí, pero eso significa que eres buena
persona.
Patrañas,
patrañas, patrañas. Se puede ser feliz con poco, pero se puede ser feliz con
mucho. Si las personas que tienen mucho de todo no fuesen felices, renunciarían
a sus bienes materiales para alegrarse la vida, ¿no?
¿De verdad que
bañarse en las aguas cristalinas de las playas más paradisíacas del mundo, y
cenar marisco y beber buen vino no da la felicidad? Entonces, ¿por qué los
ricos lo hacen?
Si alguien es
buena persona, lo es con dinero y sin él. Otra cosa es que, con el tiempo, el
rico se vaya volviendo cada vez más rancio y rastrero por miedo a perder lo que
tiene, o que se vea consumido por el ansia de conseguir más.
Esas chorradas
de “vale más una sonrisa que el dinero”, en el mundo en que vivimos, riñen con
la lógica. Duelen al oído. Tú sales a la calle y sonríes mientras caminas, y la
gente se piensa que te falta un tornillo. Tú vas a comprar el pan y, en vez de
sesenta céntimos, le entregas al dependiente una sonrisa y te parte la barra en
la cabeza, por gracioso, para que vayas a reírte de tu abuela.
Dinero y
sonrisas no son equiparables. Dinero y felicidad, tampoco. Porque yo soy muy
feliz cuando me abraza mi hermano, pero también lo soy cuando veo que me ha
entrado la nómina en la cuenta corriente.
Esta campaña
insidiosa que quiere convencernos de que “no es más feliz el que más tiene,
sino el que menos necesita” se está pasando de castaño oscuro.
No se necesita
un yate para ser feliz, pero seguro que navegar en uno por la Costa Azul te
alegra las vacaciones.
Ser pobre no
implica amargarse por serlo, pero tampoco creerse que se posee una condición
moral superior que exime a las personas de luchar por tener una vida más fácil,
más sana, más enriquecedora y más divertida.
¿Eres pobre?
Procura ser feliz, sí, pero no dejes de luchar para tratar de dejar de serlo.
Porque seguro
que quitándote de preocupaciones como poder pagar o no el alquiler, la letra
del coche, la factura de la luz y agua, los libros de los niños… Y ganándote
unas vacaciones en Cancún lo serías aún mucho más.
Quieren que
nos lo creamos para que dejemos de quejarnos: “No tengo dinero, pero tengo
salud”, para que dejemos de aspirar a cosas mejores: “No puedo ir al cine, pero
al menos puedo ver la televisión”, para que estemos agradecidos de la miseria
en que nos hacen vivir: “No puedo permitirme comprar solomillo, pero un plato
de lentejas nunca faltará en la mesa”.
Somos pobres,
pero no gilipollas.