No nos gusta
esperar ni pagar “de más” por los productos que adquirimos o por los servicios
que demandamos.
Y es que el
mundo en que vivimos no admite demoras, nosotros no tenemos paciencia y, por
supuesto, no están las cosas como para andar esperando e ir regalando unos
centimillos por ahí que podrían emplearse en otra cosa o, mejor aún, ahorrarse.
Sin excepción,
cada uno de nosotros, guiados por estas premisas, pasamos nuestros días yendo
de aquí para allá buscando la vía más rápida para solucionar nuestros quehaceres,
disminuir el tiempo de nuestras esperas y reducir el tamaño de nuestras
facturas.
Luego, cuando
acaban nuestras jornadas y nos apoltronamos en el sofá para ver las noticias,
nos quejamos de que sigue aumentando el paro.
Y con razón,
porque es muy injusto que millones de personas se queden en la calle, en paro,
sin un puesto de trabajo que les permita sobrevivir (que lo de vivir ya son
palabras mayores), y nos preguntamos en qué estarán pensando las empresas y los
gobiernos para consentir que esto siga ocurriendo, qué se les pasará por la
cabeza para no tomar cartas en el asunto o para continuar tomando las cartas equivocadas…
Pero ninguno
pensamos en que, parte de la culpa, podemos tenerla nosotros…
Somos víctimas
de la crisis, sí, pero también verdugos del sistema.
La próxima vez
que nos espante el aumento del desempleo, quizás deberíamos pensar en las veces
que utilizamos las cajas automáticas de los supermercados, las veces que
repostamos combustible en las gasolineras de autoservicio, las compras que
realizamos en grandes cadenas en lugar de en pequeños comercios…
Somos
demasiados millones viviendo juntos como para permitirnos el lujo de consentir
que la tecnología y la comodidad del “autoservicio” nos roben puestos de
trabajo.