lunes, 16 de junio de 2014

Haz cola y espera si quieres frenar el desempleo



No nos gusta esperar ni pagar “de más” por los productos que adquirimos o por los servicios que demandamos.

Y es que el mundo en que vivimos no admite demoras, nosotros no tenemos paciencia y, por supuesto, no están las cosas como para andar esperando e ir regalando unos centimillos por ahí que podrían emplearse en otra cosa o, mejor aún, ahorrarse.

Sin excepción, cada uno de nosotros, guiados por estas premisas, pasamos nuestros días yendo de aquí para allá buscando la vía más rápida para solucionar nuestros quehaceres, disminuir el tiempo de nuestras esperas y reducir el tamaño de nuestras facturas.

Luego, cuando acaban nuestras jornadas y nos apoltronamos en el sofá para ver las noticias, nos quejamos de que sigue aumentando el paro.

Y con razón, porque es muy injusto que millones de personas se queden en la calle, en paro, sin un puesto de trabajo que les permita sobrevivir (que lo de vivir ya son palabras mayores), y nos preguntamos en qué estarán pensando las empresas y los gobiernos para consentir que esto siga ocurriendo, qué se les pasará por la cabeza para no tomar cartas en el asunto o para continuar tomando  las cartas equivocadas…

Pero ninguno pensamos en que, parte de la culpa, podemos tenerla nosotros…

Somos víctimas de la crisis, sí, pero también verdugos del sistema.

La próxima vez que nos espante el aumento del desempleo, quizás deberíamos pensar en las veces que utilizamos las cajas automáticas de los supermercados, las veces que repostamos combustible en las gasolineras de autoservicio, las compras que realizamos en grandes cadenas en lugar de en pequeños comercios…

Somos demasiados millones viviendo juntos como para permitirnos el lujo de consentir que la tecnología y la comodidad del “autoservicio” nos roben puestos de trabajo.

lunes, 9 de junio de 2014

¡Qué bien que llega el Mundial!



Nos gusta el fútbol. Es así. Pero ¿por qué?

Pues, tal vez, porque no hace falta tener unas cualidades físicas específicas para practicarlo (ahí están Xavi Hernández y Nikola Zigic…).

 
Porque se puede practicar casi en cualquier parte (una farola y la pared de enfrente, dos piedras de distinto tamaño, unas botellas rellenas de arena o las sudaderas arrebujadas sirven como postes).



Porque no hace falta ser un genio para entenderlo (aunque haya quien siga preguntando qué es un fuera de juego).

 
Porque nos pone a todos al mismo nivel (da igual si llevas traje o mono, vas a gritar al árbitro durante el partido).

 
Porque ayuda a eliminar tensión (cuando gana tu equipo te da un subidón que parece que el gol de la victoria lo has marcado tú).

  
Porque cuando te produce desilusiones te acerca más a tus compañeros de equipo (y al perder te abrazas al de al lado como que fueseis hermanos).

  
Porque da pequeñas alegrías (cuando gana tu equipo te da un subidón que parece que el gol de la victoria lo has marcado tú)… (Esto ya lo habíamos dicho, ¿no? Es igual…)


 
Porque cuando tu selección viaja al Mundial de Brasil 2014 puede cobrar una prima de 720.000€ si gana (o lo que es lo mismo, más del doble de lo que ganaría la selección anfitriona), de 360.000€ si llega al subcampeonato, de 180.000€ por semifinales, de 120.000€ por octavos y de 60.000€ por cuartos… ¡por jugador convocado! ¡Y sin contar los gastos del avión tuneado y los de alojamiento!


  ¡Y sale de nuestro bolsillo!


 
Porque cuando la cadena pública retransmite los partidos se gasta una media de 42.000€ por minuto de emisión.

  
Porque es el deporte rey y, aunque se pidan referéndums, hay algunos a los que nunca se destrona.


Pero da igual, nos gusta el fútbol.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Somos pobres, pero no gilipollas



Últimamente, fomentado por “alguien” (llamadlo como queráis: Gran Hermano, mano que mece la cuna, Gobiernos, aristócratas y élites… o todos ellos a la vez), se está poniendo de moda la “exaltación de la pobreza”.

¡Viva ser pobre y no tener donde caerse muerto!

Ser pobre no es ni una deshonra ni un orgullo, es una circunstancia: no tienes dinero, eres pobre. Punto.

A través de todo tipo de mensajes están tratando de meternos en la cabeza que ser pobres está bien porque son los pobres quienes tienen principios y valores.

Si a ti te parece mal que se despida a 1.000 trabajadores para aumentar los beneficios de una empresa, jamás llegarás a dirigirla. Pero al menos tienes sentimientos, y eso es lo que cuenta. Eres pobre, sí, pero eso significa que eres buena persona.

Patrañas, patrañas, patrañas. Se puede ser feliz con poco, pero se puede ser feliz con mucho. Si las personas que tienen mucho de todo no fuesen felices, renunciarían a sus bienes materiales para alegrarse la vida, ¿no?

¿De verdad que bañarse en las aguas cristalinas de las playas más paradisíacas del mundo, y cenar marisco y beber buen vino no da la felicidad? Entonces, ¿por qué los ricos lo hacen?

Si alguien es buena persona, lo es con dinero y sin él. Otra cosa es que, con el tiempo, el rico se vaya volviendo cada vez más rancio y rastrero por miedo a perder lo que tiene, o que se vea consumido por el ansia de conseguir más.

Esas chorradas de “vale más una sonrisa que el dinero”, en el mundo en que vivimos, riñen con la lógica. Duelen al oído. Tú sales a la calle y sonríes mientras caminas, y la gente se piensa que te falta un tornillo. Tú vas a comprar el pan y, en vez de sesenta céntimos, le entregas al dependiente una sonrisa y te parte la barra en la cabeza, por gracioso, para que vayas a reírte de tu abuela.

Dinero y sonrisas no son equiparables. Dinero y felicidad, tampoco. Porque yo soy muy feliz cuando me abraza mi hermano, pero también lo soy cuando veo que me ha entrado la nómina en la cuenta corriente.

Esta campaña insidiosa que quiere convencernos de que “no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita” se está pasando de castaño oscuro.

No se necesita un yate para ser feliz, pero seguro que navegar en uno por la Costa Azul te alegra las vacaciones.

Ser pobre no implica amargarse por serlo, pero tampoco creerse que se posee una condición moral superior que exime a las personas de luchar por tener una vida más fácil, más sana, más enriquecedora y más divertida.

¿Eres pobre? Procura ser feliz, sí, pero no dejes de luchar para tratar de dejar de serlo.

Porque seguro que quitándote de preocupaciones como poder pagar o no el alquiler, la letra del coche, la factura de la luz y agua, los libros de los niños… Y ganándote unas vacaciones en Cancún lo serías aún mucho más.

Quieren que nos lo creamos para que dejemos de quejarnos: “No tengo dinero, pero tengo salud”, para que dejemos de aspirar a cosas mejores: “No puedo ir al cine, pero al menos puedo ver la televisión”, para que estemos agradecidos de la miseria en que nos hacen vivir: “No puedo permitirme comprar solomillo, pero un plato de lentejas nunca faltará en la mesa”.

Somos pobres, pero no gilipollas.

lunes, 12 de mayo de 2014

La culpa de la crisis la tenemos los pobres



Decían los titulares de algunos periódicos:

<<España es el país de la OCDE donde más han crecido las desigualdades… Los españoles más pobres han perdido hasta el 14% de sus ingresos por la crisis, mientras que el 10% más rico solo ha sufrido un recorte del 1%.>>

¿Y a quién le sorprende? Porque a nosotros no.

Vamos a ver, si ya sabemos que los que sacan la tijera a pasear son los que se incluyen en el 10%, ¿quién esperaría lo contrario?

Joder, si es que es lógico. A todos (que no solo a los ricos) nos gusta demostrar un estatus superior, y para tener un estatus superior respecto al resto de los mortales debemos poseer y disfrutar cosas que el resto solo sueña.

El concepto de lujo no existiría si todos tuviésemos acceso a los mismos bienes y servicios. ¿Qué gracia tendría conducir un cochazo si todo el mundo lo hiciera? ¿Para qué irse de vacaciones a una playa caribeña si todo el mundo veranease allí?

Lo que sucedió es que con el “Estado del Bienestar” a los pobres se nos subieron los humos y, claro, pasa ahora lo que pasa…

Se nos ocurrió estudiar, tener aspiraciones y demandar un salario justo por nuestro trabajo. Se nos fue de las manos y empezamos a adquirir artículos que antes estaban fuera de nuestro alcance, visitar sitios que quedaban más lejos que Benidorm y exigir derechos que nos acercaban ligeramente a la “élite”.

Pero se nos olvidó que el concepto de élite funciona igual que el del lujo… Si todos pertenecemos a la élite, no hay élite que valga, nos quedamos en vulgo. Y el vulgo no mola, reconozcámoslo.

Así que se han tenido que tomar cartas en el asunto, a ver. No ha sido por cuestiones de egoísmo puro o avaricia desmedida, nada más lejos. Todo ha ocurrido por cuestiones de ecologismo: se pretende asegurar la preservación de especies.

El pobre, en el mundo occidental, estaba en peligro de extinción. Y no podemos dejar que las especies desaparezcan así como así. Eso sí que sería cruel. De modo que las medidas que se han tomado han sido del todo altruistas.

El único problema que existe es que los muertos de hambre no estamos conformes y damos por el culo al quejarnos a todas horas.

Pero ya pasará. Pronto pasará. Cuando después de buscar en la basura tengamos que matarnos entre nosotros por las últimas migajas que han desperdiciado (¡tontos!) los supermercados y restaurantes, o cuando nos vayamos muriendo por una infección en las muelas que no cubre la Seguridad Social (nombre que suena a humor negro), se nos olvidará que es eso de manifestarse y todos viviremos mucho más tranquilos.