La
gente se queja hoy día de lo que pasa porque lo entiende. O sea, que como
tuvimos una educación, podemos formarnos una opinión sobre los acontecimientos
más o menos acertada.
Como
entendemos, nos quejamos. Quizás menos de lo que deberíamos, puede que sí, pero
algo de ruido hacemos. Y no somos felices… Porque entendemos.
La
realidad (bien nos la den cruda o bien aderezada con brotes verdes) se nos
atraganta y hace que se nos salten las lágrimas. Pero estamos de enhorabuena,
porque esto no va a volver a pasar.
No,
porque si para entender lo que pasa hemos tenido que recibir una formación, con
los recortes en educación la infelicidad se acaba. ¡Qué chollo!
¡Adiós,
ciudadanos amargados! ¡Hola, nuevas generaciones felizotas!
De
analfabestias, dirán algunos. Ya, pero felices, que es lo que al fin y al cabo
importa, ¿no?
¿No
os dais cuenta? Vosotros no tendréis hijos (porque con el pan que traen bajo el
brazo no da para mucho), pero los que sí que los tengan (por inconsciencia y,
en menor grado, por disponer de eso que en los libros de economía llaman
dinero) jamás se tendrán que preocupar de que sus hijos sufran como ellos
hicieron antes…
Que
puede que haya crisis, sí. Que puede que privaticen hasta el papel higiénico,
también. Que puede que se líe parda porque un país se anexiona una parte de
otro así por las buenas de la noche a la mañana y los demás países deciden
coger una vela en el entierro… ¿Por dónde íbamos…?
¡Ah,
sí! Puede que todo eso pase, pero como no tendrán educación, no entenderán, y
si no entienden no sufrirán, y si no sufren serán felices.
Como
no se puede echar de menos aquello que no se ha conocido, se acabarán los
problemas: ¿quién va a protestar por los derechos sociales en el nuevo mundo,
si nadie sabe de qué van?